El nacimiento de otro clásico

Debería estar prohibido jugar con tres putos centauros, y lo digo desde el respeto.

En la última jornada de liga tuve una experiencia que me produjo pensamientos enfrentados: uno era el devastador abatimiento de haber sufrido en mis carnes una derrota tan dolorosa como merecida, a manos de nuestra tienda ortopédica favorita (más picao que una vaca en brazos).

El otro fue que recuperé de nuevo las ganas de jugar y la fe en el Blood Bowl después de unos meses sin ganas ni tiempo (y de meses rehuyendo Mourinhadas).

El partido contra las ratas de los CuartELF, sin embargo, fue mucho más fluido, y a la postre más divertido sin lugar a dudas. Estaba cumpliendo otro sueño, el de jugar por fin con Pedro, un entrenador cuyo afecto y admiración siempre han sido inconmensurables. Así pues jugar con él suponía un disfrute y un honor al mismo tiempo.

Resultó un partido disputado, con multitud de oportunidades, veloz, ágil, muy tenso porque lo decidían tiradas in extremis a cada momento, lleno de touchdowns imposibles, pleno de deportividad, llena de intensidad defensiva, de genialidad en las decisiones, de reflejos inauditos, de inteligencia sobrehumana en cada movimiento. Resultó un espectáculo del que me encuentro tan orgulloso como honrado.

Finalmente, en mi último turno, tras una jugada gloriosa que jamás olvidaré, obtuve la ansiada clasificación a la semifinal de la SHELF, y me acordé entonces, al instante, de aquellos momentos hace ahora un año, en los que nunca pude satisfacer los deseos de haber obtenido éxitos con mis queridos Sucesores de Ghepetto, en aquellos tiempos en los que este juego significaba tanto.

Me colmó de lágrimas aquel momento, emocionado ante nuestros logros, mientras miraba al horizonte la puesta de sol con mi bolsita de las miniaturas en la mano, y pensé que quizás la historia hubiera sido diferente si mi oponente se hubiera presentado a jugar el partido.